29/11/18

Mime MiMo Chispa "ImproMimo"

2/11/18

Amor es amor

https://youtu.be/Iww6jhrgwBo

3/9/18

Sobre mi herramienta de trabajo

Marcel Marceau siempre nos dio su aliento ...
Claudia De Siato, Carlos Varela y yo así lo recibimos.

El viaje del cuerpo

Poco tiene un mimo sobre la escena, mejor dicho, nada.

Pura pobreza material, un espacio vacío, una luz que lo ilumina y un cuerpo expuesto ante el mundo.

Mucho tiene el mimo sobre la escena, mejor dicho, todo.

Pura riqueza imaginaria, cualquier paisaje o lugar rodeándole, hace ver aquello que es invisible a los ojos, lo esencial, sólo posible mediante la ilusión, la materialización de las emociones, la metamorfosis del cuerpo en la naturaleza, la música del silencio, la poesía del gesto, la identificación con el universo.

La pelvis es la madre, con sus pies bien enraizados...
La cabeza es el padre, con sus ojos bien proyectados...

Ingenuos cuadrúpedos elevándonos a la condición de bípedos, cual precaria es vuestra constante lucha con la grave gravedad...

Si me miras el tronco por dentro encontrarás dibujada un bello ancla, las caderas se abren cual mariposa, agarrándose al denso fondo, las vértebras se elevan cual nervio central del ancla, nos conectan con el yo, con el yo abstracto, con mi mente, con el aire.

Las columnas dóricas también son hermosas, pero mi columna es además sabia, no sólo sabe portar el peso de mi templo como lo haría un duro roble, sino además aporta y dialoga con el espacio, es promiscua con las direcciones diédricas, se vertebra para adaptar su diálogo con el peso, juega enroscándose al eje de equilibrio, colabora satisfecha con el contrapeso.

La columna es como un elástico bambú que se flexiona o curva con la pretensión de alzarse para reposarse cual Venus sobre el voluptuoso espacio invisible.

Secreta lucha levantando su voluntad, asume el miedo del desequilibrio.

Fe absoluta en los proletarios, los pies que sostienen el cuerpo.

El peso es en la columna el amor, acomodado sobre el nido de su tronco.

Cual flecha de cupido, columna te entregas pasional sobre los límites del desequilibrio, allá, en el reino de lo inestable, abrazada al equilibrio precario, donde todo drama es hermoso, donde toda lucha es bella, donde la cuestión del ser o no ser, se hace carne entre el ir o no ir, entre el estar o no estar, entre el ser o no ser.

¿Dónde está el peso de mi cuerpo? en algún sitio estará debajo de mí,
casi siempre empujando en un punto en el suelo,
como peso no se separa de mi, no le dejo ni un momento.

Mi carne miente como una bellaca, los músculos actores incorregibles interpretan desde la más ligera pluma, hasta el mármol más pesado,
pero siempre músculos son,
el cartón piedra del cuerpo al servicio de la apariencia dinámica.

Yo vuelo,
apenas toco el suelo,
la inercia horizontal permite que no solo piense en ascender,
suspensión de un misterio hecho carne,
el releve me limita,
el labio exterior del pie dialoga diplomático con las garras del suelo.

Empujando el suelo me aparto de la gravedad para encontrar la ingravidez, lo sujeto en el tiempo,
lo retengo en el espacio,
lo acaricio en el aire.

Mis rodillas no están hechas para apoyarse,
mi libre inclinación me lo descubrió,
las rodillas son sabias diplomáticas sindicales,
capaces de llegar a grandes acuerdos entre el mundo y el tronco presidencial.

Son las piernas dos gemelas que completan su equilibrado discurso, jamás equivalente pero si relevante.

Son las piernas que aclaran las necesidades del tronco...

Cofradía de elementos que se enmarcan en un todo corporal y se inscriben en el registro de propiedad,
en su planta basé, la pelvis, mariposa de squiones y crestas iliacas.

Cuanta es parlanchina la mano, que cuando no sostiene un objeto de peso, ella sola se lia en aspavientos de indefinición, y verborrea carente de concepción.

Manos sibaritas
dadas a placeres y caricias,
manos que teclean nerviosas para hacerse notar,
especuladoras se agitan,
afiladas te indican,
firmes te agarran y protectoras te abrazan al final de tus brazos.

Las manos son palabras de carne y hueso, son redondas llemas de dedo, son francas palmas expuestas, son el íntimo secreto que muestra el iceberg.

El busto es mío,
pero a veces es colgado de la luna,
mi esternón es un imán que se brinda a las nubes vaporosas,
a esa pomposa respiración que flota inchida,
esa ménsula triste que mira sobre los geranios,
ese Sauce llorón que baña en el remanso lejos su ramas.

Y el resto es literatura...
José Piris

14/7/18

Triste realidad, a veces...

Un hombre sumido en la más profunda desesperación se presenta en la consulta de un médico famoso. Rápidamente, en monólogos entrecortados por paréntesis de terco silencio, el hombre cuenta que una melancolía extraña le corroe el corazón. Todo es hastío en su vida y sinsentido. Apenas puede dormir, las noches se las pasa en vela, como si durmiese entre alfileres. Mientras pasea por la calle las manos de su alma buscan, inútilmente, asideros en la realidad. La idea del suicidio le ronda de continuo y, aunque valor no le falta, aún no ha dado el paso porque algo oculto, que no se explica, le empuja a la inacción. El hombre busca una medicina, una droga que lo saque del abismo. Está completamente desesperado.


El médico le escucha pacientemente. Por su relato, y por el hecho de haber sido admitido en su consulta, tan cara, se da cuenta de que su paciente es un hombre rico. Arriesga:


-Tal vez le convenga hacer un crucero por las Islas Griegas, o un viaje por Italia. Tómese su tiempo, viva, descubra los placeres esenciales. No conozco a nadie que tras viajar por Italia haya querido pegarse un tiro.


El paciente suspira y contesta:


-De allí vengo, precisamente, y mi viaje no ha sido corto. Todas las ciudades italianas he visto, de norte a sur, y mis manos se han quedado manchadas por el oro de la melancolía.


-¿Y el amor? -interpuso el médico-: ya sé que es difícil tenerlo, pero son posibles los amoríos. ¿Ha cultivado usted las citas clandestinas?


-Tengo esposa e hijos, que me aman -dijo el paciente.


La conversación se prolongó varias horas. La depresión del paciente era evidente, pero en 1820 todavía no se entendía aún el concepto de depresión. Las descripciones de su estado de ánimo eran muy precisas y aterradoras:


-Todas las noches los perros del sueño me ladran despertándome; todas las noches, cada vez que me levanto para tranquilizarme me miro en el espejo para ver que sigo siendo yo. Pero sólo veo sobre mi rostro una máscara imperfecta con mi rostro y tras ella el rostro real de un enemigo que me quiere matar. Le pido que sea piadoso y que no se demore más, que me mate extinguiendo mi dolor, pero mi enemigo se burla de mí y me dice que si me matase se mataría a él privándose de su mayor placer: torturarme.


El paciente era un hombre culto, el médico un hombre que confiaba en el sentido común. Una simpatía instantánea nació entre ellos, consolándose ambos en el confort de un instante que tenía las esquinas muelles de la confidencia desahogada. El médico se levantó de su silla, se sirvió un coñac y ofreció una copa a su paciente. Dijo:


-Hay algo que sin duda le puede ayudar. Esta tarde actúa en Nueva York David Garlick, un actor inglés de fama mundial, un clown increíblemente bueno. Sus observaciones ponen el mundo al revés y se cuenta que todo su público sale de su función con una sonrisa en la boca y con la convicción de que el mundo está bien hecho. Yo mismo me he comprado una entrada y allí estaré. Anímese, vaya y cambie de aires. Garlick, sin duda, le sentará bien.


Una sombra de inquietud y agobio brilló en los ojos del paciente.


-Doctor, yo soy Garlick, dijo tartamudeando, y se echó a llorar.

Triste realidad, a veces...

Un hombre sumido en la más profunda desesperación se presenta en la consulta de un médico famoso. Rápidamente, en monólogos entrecortados por paréntesis de terco silencio, el hombre cuenta que una melancolía extraña le corroe el corazón. Todo es hastío en su vida y sinsentido. Apenas puede dormir, las noches se las pasa en vela, como si durmiese entre alfileres. Mientras pasea por la calle las manos de su alma buscan, inútilmente, asideros en la realidad. La idea del suicidio le ronda de continuo y, aunque valor no le falta, aún no ha dado el paso porque algo oculto, que no se explica, le empuja a la inacción. El hombre busca una medicina, una droga que lo saque del abismo. Está completamente desesperado.


El médico le escucha pacientemente. Por su relato, y por el hecho de haber sido admitido en su consulta, tan cara, se da cuenta de que su paciente es un hombre rico. Arriesga:


-Tal vez le convenga hacer un crucero por las Islas Griegas, o un viaje por Italia. Tómese su tiempo, viva, descubra los placeres esenciales. No conozco a nadie que tras viajar por Italia haya querido pegarse un tiro.


El paciente suspira y contesta:


-De allí vengo, precisamente, y mi viaje no ha sido corto. Todas las ciudades italianas he visto, de norte a sur, y mis manos se han quedado manchadas por el oro de la melancolía.


-¿Y el amor? -interpuso el médico-: ya sé que es difícil tenerlo, pero son posibles los amoríos. ¿Ha cultivado usted las citas clandestinas?


-Tengo esposa e hijos, que me aman -dijo el paciente.


La conversación se prolongó varias horas. La depresión del paciente era evidente, pero en 1820 todavía no se entendía aún el concepto de depresión. Las descripciones de su estado de ánimo eran muy precisas y aterradoras:


-Todas las noches los perros del sueño me ladran despertándome; todas las noches, cada vez que me levanto para tranquilizarme me miro en el espejo para ver que sigo siendo yo. Pero sólo veo sobre mi rostro una máscara imperfecta con mi rostro y tras ella el rostro real de un enemigo que me quiere matar. Le pido que sea piadoso y que no se demore más, que me mate extinguiendo mi dolor, pero mi enemigo se burla de mí y me dice que si me matase se mataría a él privándose de su mayor placer: torturarme.


El paciente era un hombre culto, el médico un hombre que confiaba en el sentido común. Una simpatía instantánea nació entre ellos, consolándose ambos en el confort de un instante que tenía las esquinas muelles de la confidencia desahogada. El médico se levantó de su silla, se sirvió un coñac y ofreció una copa a su paciente. Dijo:


-Hay algo que sin duda le puede ayudar. Esta tarde actúa en Nueva York David Garlick, un actor inglés de fama mundial, un clown increíblemente bueno. Sus observaciones ponen el mundo al revés y se cuenta que todo su público sale de su función con una sonrisa en la boca y con la convicción de que el mundo está bien hecho. Yo mismo me he comprado una entrada y allí estaré. Anímese, vaya y cambie de aires. Garlick, sin duda, le sentará bien.


Una sombra de inquietud y agobio brilló en los ojos del paciente.


-Doctor, yo soy Garlick, dijo tartamudeando, y se echó a llorar.

2/4/18

MiMo Chispa Show



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LOVE & BE HAPPY

22/1/18

Mimarte

Este día 30 tengo la suerte de realizar una buena acción: MiMarte, es un espectáculo para la prevención del consumo del alcohol en edad escolar creado e interpretado por mi colega, amigo y maestro Peter Roberts a quien por causa de una intervención quirúrgica no puede presentarse tal día. Yo debería hacerlo sólo en Catalunya, tal y como figura en nuestro contrato de franquicia...
Gracias por la confianza y el ejemplo Peter, tengo muchas ganas de volver a compartir contigo risas y seguir aprendiendo; gracias también por acogerme en casa.
http://www.teatromimo.com/Etdm/joven_alcohol_Inicio.html
Salud y risas