11/9/18

6° Festival de Pantomima de Monterrey

https://youtu.be/N3pwZlZySKY

10/9/18

Hace unos años...

https://www.elnorte.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?id=504518&urlredirect=https://www.elnorte.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=504518

3/9/18

Sobre mi herramienta de trabajo

Marcel Marceau siempre nos dio su aliento ...
Claudia De Siato, Carlos Varela y yo así lo recibimos.

El viaje del cuerpo

Poco tiene un mimo sobre la escena, mejor dicho, nada.

Pura pobreza material, un espacio vacío, una luz que lo ilumina y un cuerpo expuesto ante el mundo.

Mucho tiene el mimo sobre la escena, mejor dicho, todo.

Pura riqueza imaginaria, cualquier paisaje o lugar rodeándole, hace ver aquello que es invisible a los ojos, lo esencial, sólo posible mediante la ilusión, la materialización de las emociones, la metamorfosis del cuerpo en la naturaleza, la música del silencio, la poesía del gesto, la identificación con el universo.

La pelvis es la madre, con sus pies bien enraizados...
La cabeza es el padre, con sus ojos bien proyectados...

Ingenuos cuadrúpedos elevándonos a la condición de bípedos, cual precaria es vuestra constante lucha con la grave gravedad...

Si me miras el tronco por dentro encontrarás dibujada un bello ancla, las caderas se abren cual mariposa, agarrándose al denso fondo, las vértebras se elevan cual nervio central del ancla, nos conectan con el yo, con el yo abstracto, con mi mente, con el aire.

Las columnas dóricas también son hermosas, pero mi columna es además sabia, no sólo sabe portar el peso de mi templo como lo haría un duro roble, sino además aporta y dialoga con el espacio, es promiscua con las direcciones diédricas, se vertebra para adaptar su diálogo con el peso, juega enroscándose al eje de equilibrio, colabora satisfecha con el contrapeso.

La columna es como un elástico bambú que se flexiona o curva con la pretensión de alzarse para reposarse cual Venus sobre el voluptuoso espacio invisible.

Secreta lucha levantando su voluntad, asume el miedo del desequilibrio.

Fe absoluta en los proletarios, los pies que sostienen el cuerpo.

El peso es en la columna el amor, acomodado sobre el nido de su tronco.

Cual flecha de cupido, columna te entregas pasional sobre los límites del desequilibrio, allá, en el reino de lo inestable, abrazada al equilibrio precario, donde todo drama es hermoso, donde toda lucha es bella, donde la cuestión del ser o no ser, se hace carne entre el ir o no ir, entre el estar o no estar, entre el ser o no ser.

¿Dónde está el peso de mi cuerpo? en algún sitio estará debajo de mí,
casi siempre empujando en un punto en el suelo,
como peso no se separa de mi, no le dejo ni un momento.

Mi carne miente como una bellaca, los músculos actores incorregibles interpretan desde la más ligera pluma, hasta el mármol más pesado,
pero siempre músculos son,
el cartón piedra del cuerpo al servicio de la apariencia dinámica.

Yo vuelo,
apenas toco el suelo,
la inercia horizontal permite que no solo piense en ascender,
suspensión de un misterio hecho carne,
el releve me limita,
el labio exterior del pie dialoga diplomático con las garras del suelo.

Empujando el suelo me aparto de la gravedad para encontrar la ingravidez, lo sujeto en el tiempo,
lo retengo en el espacio,
lo acaricio en el aire.

Mis rodillas no están hechas para apoyarse,
mi libre inclinación me lo descubrió,
las rodillas son sabias diplomáticas sindicales,
capaces de llegar a grandes acuerdos entre el mundo y el tronco presidencial.

Son las piernas dos gemelas que completan su equilibrado discurso, jamás equivalente pero si relevante.

Son las piernas que aclaran las necesidades del tronco...

Cofradía de elementos que se enmarcan en un todo corporal y se inscriben en el registro de propiedad,
en su planta basé, la pelvis, mariposa de squiones y crestas iliacas.

Cuanta es parlanchina la mano, que cuando no sostiene un objeto de peso, ella sola se lia en aspavientos de indefinición, y verborrea carente de concepción.

Manos sibaritas
dadas a placeres y caricias,
manos que teclean nerviosas para hacerse notar,
especuladoras se agitan,
afiladas te indican,
firmes te agarran y protectoras te abrazan al final de tus brazos.

Las manos son palabras de carne y hueso, son redondas llemas de dedo, son francas palmas expuestas, son el íntimo secreto que muestra el iceberg.

El busto es mío,
pero a veces es colgado de la luna,
mi esternón es un imán que se brinda a las nubes vaporosas,
a esa pomposa respiración que flota inchida,
esa ménsula triste que mira sobre los geranios,
ese Sauce llorón que baña en el remanso lejos su ramas.

Y el resto es literatura...
José Piris